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domingo, 21 de febrero de 2016

Esperando la carroza - Alejandro Doria (1985)

(Advertencia: la siguiente crítica revela parte de la trama de la película)


Esta es quizá una de las mejores comedias del cine argentino. Se la podría inscribir dentro de una especie de “neorrealismo argentino”, a imagen del cine italiano. Es que esta película me hizo recordar a las mejores comedias italianas, del estilo de I soliti ignoti, I compagni y Divorzio all’italiana. Es de esas clases de películas que sólo manos magistrales como las de Monicelli, Germi, o, en este caso, Alejandro Doria, pueden llevar a cabo. Y la esencia está en lograr escenas que pueden llegar a ser absurdas, pero que no pierden su “humanismo”. Sí, he dicho “humanismo”, porque es absurdo, pero siempre dentro de la condición humana, dentro de la figura del hombre como medida de las cosas. Y si uno tomo a un ser tan imperfecto como medida de las cosas, no es extrañarse ver la absurdidad a la vuelta de la esquina. Lejos de estas películas (muy lejos, en otra dimensión) quedan las bufonadas grotescas de actores como Adam Sandler o Ben Stiller.  Películas como las nombradas, o como la que es objeto de esta crítica, pueden lograr una escena que nos invita a reír, pero a la vez nos da una sensación ambigua, porque presenta al mismo tiempo una situación que podría llegar a ser un drama o una tragedia. Esa propiedad, aquella de lograr que nos riamos, pero no como simples seres inertes y vacíos, sino teniendo siempre la duda, la sospecha (muchas veces la seguridad) de que allí se esconde algo más profundo y complejo, es la que vuelve grandes obras a estos filmes.

Las actuaciones son impecables. Cada personaje está dibujado de manera armoniosa y equilibrada. Extrañamente la única actuación que a mi parecer está un poco desdibujada es la del propio Antonio Gasalla en su papel de “Mamá Cora”. Personaje que Gasalla posteriormente puliría (tanto en lo que respecta a actuación como a caracterización), lo renombraría simplemente como “La Abuela” y pasaría a ser uno de sus más habituales. El resto del casting es simplemente estupendo. Es que con un guión y una dirección tan sólidos es difícil actuar mal (aunque a veces sucede…).

Doria explora el espíritu de cada personaje y lo presenta de manera magistral al espectador. Me refiero con esto último que no empieza haciendo una pausa en la historia, para así poder hacer una enumeración de cada personaje, y luego recién comenzar la “verdadera trama”, como sucede en casi todo el cine catástrofe estadounidense. Lo que hace Doria es empezar con la historia desde el primer segundo, y desde allí vamos conociendo a los personajes, pero sin que ello parezca forzado o, por el contrario, incompleto.

Un papel importante en esta película lo juegan las entonaciones de voz. Y eso también es parte del trabajo sobre la caracterización de los personajes.

Por otra parte, Doria logra un coceptismo casi quevediano. Puede condensar en frases, escenas o planos todo un mundo. ¿Qué es sino la escena en donde Brandoni dice: “¡Tres empanadas tenían…! Me partieron el alma”? En una “simple” escena como ésa, queda dibujado todo el espíritu de ese personaje.

El final es lo más endeble de la película. Monicelli lo hubiera cerrado con el fracaso de lo emprendido, pero la esperanza de volver a intentarlo. En cambio, acá parece un poco forzado. Pero igualmente, eso no hace mella para nada al resto de la película, que es una obra maestra.

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